La vida se trata de pérdidas.

Si estoy esperando que Dios me conceda 80 años de vida (en el mejor de los escenarios), haciendo matemáticas simples, me encuentro en el tercer cuarto de mi vida, lo que por lógica me lleva a saber con certeza que he vivido más de lo que me queda por delante.

Diariamente todo apunta a esta verdad, el hecho que levantarme de la cama a veces parece un deporte extremo, los achaques, las arrugas, canas, falta de energía, elasticidad y rapidez. Estas “novedades” me dicen con un altavoz que ya se fue la juventud.

Si no conociera de dónde vengo y adonde voy, creo que estaría muy desesperada. Sin embargo, saber que en esta vida solo soy peregrina y extranjera, que estoy de paso por este planeta tierra, me tranquiliza y anima. Es más, el motor que me da fuerzas es saber que después de esta corta vida, transitoria y efímera, vendrá “la vida eterna” que voy a compartir en plenitud con mi Creador.

Así que ya no me sorprenden todas las pérdidas que estoy teniendo, son parte de mi desprendimiento de esta existencia y la transición a la que vendrá en el futuro. No sería lógico que hacia el final de la vida estuviéramos sanos, fuertes, hermosos.

De manera paulatina Dios nos va dando muchas pérdidas, incluso a veces también en las cosas materiales para que no tengamos nada a que aferrarnos aquí, y que así pongamos nuestra mirada por encima del sol, en las cosas eternas.

Hacia el final de nuestro existir se va manifestando la vulnerabilidad, lentitud, debilidad, la tendencia es que nos vamos haciendo dependientes; pero la única dependencia absoluta que debemos experimentar es el anhelar a nuestro Dios, no a las personas o posesiones.

La Biblia tiene unas palabras muy alentadoras para ti, si estás en este tercer cuarto o incluso en tu cuarta parte de tu andar terrenal.

2ª de Corintios 4:16

Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.

Tere Guerrero 23 Julio 2024